El Karma de Vivir al Sur- Secuela
La estrategia que
venían utilizando al ser 3, era que entren 2 y uno de ellos se quedara de
campanilla. Este acto no fue la excepción, de modo que, lo llevaron a cabo tal
y como lo tenían planeado. La casa era más grande de lo que aparentaba y
encontraron, en la parte de atrás, una ventanilla por donde podian entrar perfectamente.
Esta vez le tocaba a Rolo, quien solía ser el guía, vigilar. Sus dos amigos
entraron y se sorprendieron del frio que hacia dentro. Se lo hicieron saber a
Rolo quien se impactó, considerando que era pleno enero. Lo segundo que les
llamo la atención fue la cantidad de vegetación que había dentro. Ramas, una
cantidad exorbitante de trepadoras en las paredes, yuyos por doquier y lo más
alucinante, mucha baba de color verde planta. De los sorprendidos que estaban, habiendo
recorrido tan solo un cuarto, hicieron entrar también a Rolo, para que sea
testigo con sus propios ojos. Al principio se desconcertó como todos, pero
obligo a sus secuaces, acompañándolos, a continuar el recorrido en busca de
algo de valor. La desesperación comenzó al entrar a la habitación principal, el
living, donde escucharon ruidos, voces, pasos, corridas, golpes, todo junto,
todo al mismo instante. Supongo que así de golpe y de repentino debe ser el verdadero
miedo. Cuando quisieron avivarse y esquivar aquello que no sabían que era, este
ente o quien sabe que, ya se los había llevado por delante. Lo último que vieron
los ojos de Rolo, a quien le hubiese gustado ver un rapido flash con recuerdos
de lo que supo ser su vida, fueron a sus dos amigos estallar en el aire. Ni
siquiera fue capaz de reconocerlos. Solo vio manchas rojas iluminar aquella sombría
habitación, dando un golpazo a esas paredes hechas árbol. Obviamente no fue la
salvedad, le sucedió exactamente lo mismo.
Días y días
estuvieron los padres de Rolo y sus amigos buscándolos por todo Trevelin,
intentando obviar el destino más idóneo para lo que ya empezaban a sospechar.
Finalmente, tomaron valor entre todos y fueron en busca de sus hijos con la,
hasta ese momento esperanza, de que una persona maligna los tenga secuestrados
en aquella distante y casi que innombrable casa. Creo que un secuestro hubiese
sido más conveniente para estos padres que haberse encontrado con lo que se
encontraron. De aquellos chicos que hasta hace días eran hijos, no quedaba
nada. Sus cuerpos estaban despedazados en mil partes y le daban color a las
paredes desgastadas de la susodicha casa. Eso sí, de la vegetación no quedaba
nada.
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