Relato/Cuento delictivo

 

Crónica de un robo insignificante

Paso hace mucho tiempo, así que a lo mejor no sea tan claro contando esta historia. Más que historia, recuerdo. Pero bueno. Creo que corrían las 15hs. Horario siestero para un pueblo como Trelew. Yo había salido a fumarme un puchito al balcón cuando oí lo que me mantuvo preocupado toda la semana. Debajo de casa escuche a un grupo de pibes planear un robo. Va, que se yo, decirlo así es medio exagerado. Alivianémoslo un poco. Había un grupo de pibes, pibes pibes, eh. De unos 9/10 años. Más que eso no tenían, estoy seguro. Uno desearía haberlos visto en una canchita jugando por la coca, en alguna plaza hamacándose, en algún lugar aprendiendo códigos callejeros, o en alguna que otra tarde de bicicleteada. Qué se yo, algo de lo que solía hacer yo. Aunque agradezco haberlos visto, en una tarde de sol radiante como la de ese día en las afueras, al aire libre, cuando podrían estar confinados frente a una TV jugando algún jueguito como lo suelen hacer los jóvenes de hoy en día. Aunque bueno, lo que oí tampoco me dejo muy tranquilo. Sin tanto preámbulo, así como van a leer, vi a estos pibes, que reitero, ¡no pasaban los 10 años! planeando un robo. Va, estoy exagerando mucho de vuelta, la puta madre. Estaban incitando a uno a que robe un par de boludeces del quiosco de la esquina. No dramaticemos tanto tampoco…

   -Dale, no seas cagón, no es muy difícil. Anímate- Le decía uno de los chicos a quien, involuntariamente, había asumido el rol de victima ante un grupo de muchachos que lo sugestionaban a robar algo del quiosco de la esquina como condición para unirse en su grupo

Yo conozco al dueño del quiosco de la esquina. Es mi vecino, Don Emilio. Y también conozco a la criatura que está siendo infundada por el resto de aquellos pendejos insolentes. Es Rocco, el hijo de Celeste, que vive acá a la vuelta, sobre Joseph Jones. Lo vi pasar muchas veces por el barrio y, de hecho, lo vi muchas veces yendo a comprar al quiosco que ahora pretendía robar.

  -No puedo. Te juro que no puedo. En las películas es más fácil –acotaba Rocco

  -Entras, disimulas, le sacas charla, le pedís algo del fondo y tac manoteas algún alfajor, algo pa los pibes -continuaban incentivando los otros

Más allá de su presunta timidez, Rocco estaba empeñado en aprender a como cometer un robo para poder efectuarlo. Para nada parecía intentar evitarlo. Esa era mi mayor preocupación: no verlo tan consternado como creía que estaría cualquier pibe que este siendo persuadido para cometer un crimen.

  - ¡Pero como hago?, explíqueme! ¡Como mierda hago para seguir hablando como si no le acabase de robar algo! Y encima tener el tupé de hacerlo dos veces. No, no, no, imposible. Me rindo, si lo intento me cago las patas y me quedo a mitad de camino, eu. Se van a dar cuenta, eu.

Eso recuerdo oír que acotaba con razón, Rocco. Al parecer la estrategia era hacer ir a Emilio al fondo del local, para allí manotear algo que este en el mostrador delantero. Y digo con razón porque concuerdo totalmente con él. Yo tampoco me hubiese animado la verdad. Ni aunque sean dos boludeces. Ni loco me arriesgo. Ni a mis 10 años, ni ahora, a mis 50.

  -Bueno como quieras, Rocco, te quedaras solo por cagon- apuraban dejando en claro cuáles serían las consecuencias de atrincherarse en el temor-

  -Bueno, está bien. Voy.- dijo con una equivoca decisión

Recuerdo que tomo aire y su cara se tornó casi que imperturbable. Yo creía que se lo iba a notar trémulo, por lo cohibido que parecía y por el cagaso con el que hablaba al principio. Termino por sorprenderme luego de ese suspiro de aire fresco. Fue como si se transformase. Como un actor pasando a ser personaje a punto de salir a escena. Como si ya hubiese hecho esto mil veces. Así se mandó el pibe.

El ruido de los carillones al abrir la puerta alerto a Emilio de que un cliente había entrado en su negocio. Un conocido. Uno del barrio. Un cliente. Un ladrón.

  - ¿Hola Emilio, como estas?  - se pronunció sobriamente Rocco-

  - ¿Pibe- respondió, con un claro desgano que quito toda la benevolencia que aún quedaba en Rocco- que buscas?

  -Quiero imprimir esto- como sabía que la impresora estaba al fondo, con toda su bonhomía lo mando a imprimir una tarea del colegio así, de paso, mataba dos pájaros de un tiro- y dame una coca.

  -Dale, báncame un segundo que ahí vengo

Así de sencillo era el plan, y así de sencillo se dio. Estaba servido en bandeja. Solo debía manotear un par de cosas y se convertiría en un criminal, en un hombre, en miembro de un grupo de amigos, en algo que, tiempo más tarde, se arrepentiría. Mientras Emilio imprimía de espaldas al mostrador aquellas dos hojas con ejercicios de matemática que le habían dado del colegio, el pibe manoteaba un Guaymallen doble y una tira de mielcitas y se las metía discretamente en el bolsillo. Y a la vez, disimuladamente, le sacaba charla para evitar la tensión.

  -Que linda esta la tarde hoy, ¿no?

  -Sí, igual se viene la lluvia. Ahí estamos, pibe- respondió a secas el quiosquero mientras volvía con las hojas- ¿Coca grande o chica?

   -Una grande- por lo menos le dejo algo pago, demostrando lo humilde que en verdad era-

El pibe, mientras Emilio buscaba la coca, robo unos chicles bubaloo y dio por finalizado el crimen. Pago 5$ la coca y las hojas y se despidió cordialmente. Una vez en las afueras de donde se había convertido en un criminal, saludo a los pibes, les dio el alfajor y los chicles y partió a su casa, con la excusa de que su madre le había dicho que vuelva temprano. A esquivo de los pedidos de los muchachos para que se quedara un rato más marcho para su casa con una coca, con la tarea para hacer, con unas mielcitas que decidió quedarse, y con la convicción de que no lo haría nunca mas y que nunca volvería a juntarse con esa gente. 

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