Autobiografia

Se me hace imposible olvidar el día de mi nacimiento. Jamás se me olvidara porque es el mismo día en que nació mi ídolo, Andrés “Chapu” Nocioni. El 30 de noviembre de 2004. El Chapu es del 79, pero la fecha coincide. De hecho, en todos mis cumpleaños antes de responder los mensajes que me felicitan a mí, le escribo a él con la esperanza de que me conteste. También es relacionable porque fue un mes antes de que suceda la catástrofe de Cromañón. Fecha que rememoro hasta el día de hoy, debido a la importancia que le doy a la música, y por sobre todo al rock, en mi vida.

Dicho genero me permite cavilar profundamente y rememorar momentos. Por ello para escribir esto debo poner algo de fondo. La música, dependiendo del contexto en el que la escuches o la sientas, puede convertirse en una fuente inagotable de nostalgias. En mi caso debe ser alguna de rock. Esencialmente debe ser alguna de Los Piojos o de Callejeros. Bicho de Ciudad, Civilización, Creo o alguna de esas. Son canciones que me trasladan a momentos de mi vida, precisamente de mi niñez, que ningún archivo ni fotográfico, ni fílmico, ni nada de lo que se suele usar para trasladarnos a momentos pasados puede hacerme recordar. La única forma de revivir aquellas tardes de acampamento en la cordillera cuando era chico, son gracias a ese tipo de canciones. Solíamos acampar bastante seguido con mi familia, según recuerdo. Escuchar la armónica de Ciro Martínez me acerca a las papilas gustativas el sabor de una sopa Quick de zapallo, mi favorita en aquel entonces, que solía ser nuestro almuerzo en esas mañanas frías en el medio de un camping rodeado de montañas patagónicas e intimidantes. De chico me daban miedo las montañas por alguna que otra película sobre el Everest o sobre los rugbiers que sobrevivieron a avalanchas y al frio intenso. También recuerdo que allí, entre todas esas montañas, con mi hermano distinguimos un volcán. El mismo no me dejo dormir a causa de la fábula contada por mi padre donde nos comentó que había posibilidades de que erosione. Hablando de dormir, recuerdo que éramos cuatro durmiendo en una carpa para dos. Imposible olvidar lo incómodos que acampábamos, pero aun así nos arreglábamos para disfrutar en familia. Tanta era la incomodidad que un día mi padre se cansó y se fue a dormir al auto, donde aseguro haber dormido mucho más cómodo. Fue con su salida de la carpa que la misma se convirtió en un pent-house. Ahí entonces entendimos quien era el culpable de la incomodidad. Fue el punto de inflexión para que el viejo se ponga a dieta.

Para evocar momentos más cercanos a la fecha en la que escribo es necesario cambiar de músico. No de música, sino de músico. Las canciones de Los Piojos y CJS me llevan a capítulos de mi niñez. Pero para recapitular momentos no tan anacrónicos debo poner algo de Charly. De Charly me enamore hace ya unos 6 años, cuando escuche Clics Modernos por primera vez. Y fue quien me acompaño en una de las épocas más difíciles que me toco afrontar. No solo a mí, supongo que le debe haber pasado a muchos. A la época que me remite es a la pandemia. Aquel éxodo de mi vida fue muy duro, a causa de la soledad que atravesé. Por más impasibles que seamos, cuando los sentimientos se reprimen demasiado en algún momento está bueno dejarlos salir, dijo el Flaco Spinetta, y yo aproveche ese confinamiento eterno para abrir esa puerta cerrada bajo diez candados. El distanciamiento de todos los amigos y de aquellos que me sacaban muchas sonrisas diarias me solapo y me incito a refugiarme en la familia y en la soledad. Sin duda me cohibió bastante y me volvió una persona más introvertida que antes. Carlos Alberto García, entonces, es quien me transporta a esos momentos, a esas noches de insomnio. En esas noches en las que podía ver todos mis augurios en la oscuridad del techo de mi habitación. Era un cielo sin estrellas donde no había nada que observar.

Retrocedamos un poco de vuelta. Y quitémonos de encima el sopor. Al principio nombre a quien es mi ídolo, Andrés Nocioni. Para aquellos que lo consideren un ignoto, es el mejor alero que tuvo la Selección Argentina. Dueño del corazón de la generación dorada. Una generación que para los amantes del deporte nos transmite una emoción inefable. Para ser más precisos y menos redundantes: es un jugador de básquet. Este deporte también tiene un lugar importantísimo en mi vida. Y la paradoja está en que mis momentos más felices en este deporte, como la vez que quedamos puesto N8 en el ranking de mejores equipos del país con el club de mi ciudad, se asemejan a una canción que tiene de rock lo que yo tengo bailarín. La canción que cada vez que suena me saca una sonrisa de oreja a oreja y me traslada a esos momentos de felicidad y de victoria es Intento de Ulises Bueno. Era la canción con la que entrabamos en calor con mi equipo, con quienes compartía pernoctadas para ver quién era el que no se bancaba un viaje lejos de su familia, con quienes jugábamos eternas noches de truco para ver quien firmaba como capitán el partido siguiente, y con quienes conocí el gusto a la derrota y aprendí a valorarla. El grupo estaba conformado por gente que hasta el día de hoy son amigos y con quienes hoy me sigo riendo a carcajadas. Muchos de ellos se alejaron y otros siguen bancando mis reproches cada vez que no me pasan la pelota.

Por último, para remitirnos a casi que la actualidad debemos cambiar, otra vez, de artista. Hace año y medio que estoy viviendo uno de los momentos más significativos de mi vida. Hace año y medio que me aleje más de 1300km de mis padres. Hace año y medio que me acostumbre a ver a mis padres solo 2/3 veces al año. Sin duda es un momento que escinde mi vida en dos, y que es el comienzo de una nueva vida. Es el momento de independizarse. Esta etapa de mi vida la asemejare con una banda que escuche siempre pero que tomo gran protagonismo en mi 1er año viviendo en la Capital. Por ello procederé a poner algo de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. La banda liderada por el indio me alegro muchas caminatas diurnas y nocturnas por las calles de Buenos Aires. Me acompañaba en mis primeras idas a la facultad, aquella institución tan temida por todo adolescente, y me acompaño en las vueltas frustrado por no entender una materia renegando con mi educación secundaria culpabilizándola por haber dejado que un burro se egrese. La música de los redondos me acompaño en las noches con mis amigos, tomando una cerveza barata que vimos con descuento en algún supermercado para no gastar mucho de lo que teníamos y platicando siempre sobre lo mismo. Las charlas cotidianas sobre la facultad, sobre que tanto extrañábamos el pueblo, y muchas veces celando las nuevas relaciones que iba forjando cada uno en sus nuevos círculos. Siempre con Los Redondos de fondo. Por momentos, cuando ya no había de que hablar y el silencio tomaba protagonismo, filosofábamos intentando interpretar las letras confusas de la banda.

Sin duda, uno no solo puede recordar revisando álbumes de fotos añejas. En mi caso puedo hacerlo abriendo la playlist de spotify o ir repasando disco por disco, dependiendo de a qué lugar quiera trasladarme.

 

 

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